Kotor es lo más cautivante del viaje a Montenegro.
- Sissi Arencibia
- hace 6 días
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La bahía de Kotor es la más grande de las ensenadas del Adriático. Su paisaje no solo es bello y de los más asombrosos de Europa, sino que es la puerta de entrada a un destino sugerente, cuyas escarpadas montañas se sumergen en el mar.
Salpicada por el color de muchos pueblos, la bahía y la antigua ciudad que le da nombre son lo más destacado de Montenegro, un país al cual llegué después de salir del espacio croata en mi recorrido por los Balcanes.

Se trata del fiordo más meridional de Europa, vigilado por la Fortaleza de San Juan y cobijado por los Alpes Dináricos.
Resguardado por más de cuatro kilómetros de muralla, y protegido por la UNESCO bajo la curiosa mención de Comarca Natural, Cultural e Histórica, Kotor es el paisaje más reconocible del país y el punto de encuentro de la vida montenegrina.

La ciudad tiene el esplendor de Venecia, en tanto sus principales fortificaciones fueron levantadas en un período de prosperidad, cuando la República italiana dominaba las rutas comerciales del Mediterráneo.
En tiempos medievales se conocía como Cattaro y se edificó como encajada en un pequeño triángulo al final de una larga y estrecha bahía, que en su momento fue uno de los puertos comerciales y militares más activos de Europa.

El corazón de Kotor surge esencialmente entre los siglos XII y XIV, cuando el latido de la ciudad lo motivaba el trajín de los comerciantes y marineros que impulsaban la actividad económica que la hizo florecer.
Su situación estratégica y el ser considerada punta de lanza en el control del Adriático, fue el principal motivo para convertirse en el núcleo turístico de Montenegro.

Lo medieval aún se palpa allí. Fosos, torres, bastiones, puentes levadizos, castillos y murallas, hablan de elementos constructivos de esa época europea.
La rodea una muralla veneciana del siglo XIV con el legendario fuerte de San Juan, una perspectiva de la que quedas prendada, porque es como si abrazara el centro histórico, lleno de calles estrechas, empedradas y edificios históricos.

Cuando te adentras por la puerta del Mar, la plaza de Armas se abre a la izquierda con los elegantes edificios del Palacio Ducal y el Arsenal.
A la derecha, la torre del Reloj nos marca el tiempo para iniciar el recorrido que incluye la visita de la catedral católica de San Trifón, el templo ortodoxo de San Nicolás y la antigua iglesia de San Luis.
Las pequeñas dimensiones de la ciudad te invitan en todo momento a dejarte llevar por los callejones, donde la gente local pasa el tiempo tomando una cerveza y charlando en ese ambiente italiano que recorre el sitio.
Un emotivo paseo te lleva por rincones curiosos y pintorescos, dotados de palacios venecianos, torres bizantinas, iglesias romanas y plazas irregulares, con nombres que recuerdan los diversos oficios de antaño.

El recorrido fue uno de mis favoritos. Su casco antiguo es sin dudas uno de los espacios fortificados más encantadores del Adriático y un digno rival de Dubrovnik, ciudad croata a la cual me había acercado en la jornada anterior.
En sus exteriores, el foso que rodea la ciudad y la perspectiva del fuerte me hicieron pensar en la distinción de este viaje, a través del cual intentaba entender las naciones balcánicas.

Llevaba unos días acercándome a tierras de una impresionante belleza, atravesadas por ríos con perspectivas hermosas. Viajaba por el espacio terrestre adentrándome en diferentes portales geográficos, con una historia que embelesa.

Montenegro no es la excepción. Ella está en el perímetro donde se enlazan las Europas y también, como en todas las naciones de los Balcanes, uno encuentra muchas capas de historia.
Allí se juntan gran cantidad de órdenes históricas, relatos míticos de reinos antiguos y proyectos nacionales que son reivindicados en el momento presente. Narrarlos supone un gran esfuerzo.

La capacidad de manifestar y transmitir todo eso que estaba en mi mente de forma tal que pudiera ser entendido, era lo que más me interesaba de este viaje.

Contar no sólo que Kotor se considera entre las vistas más cautivantes, sino ser capaz de caminar por estos sitios y entender los procesos que estaban detrás de su fachada.
Porque en este lugar de la geografía que se llama Balcanes, el recorrido histórico y el físico atraviesan el tiempo. Tienes que ir y volver y, mientras lo haces, hay un discurrir de siglos y milenios.
Toda una historia de repartos y conflictos que dan un sentido al relato. Y de eso no hay como zafarse.

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