Trás la huella de San Francisco en el corazón verde de Italia.
- Sissi Arencibia
- 29 feb 2024
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La Umbría es esa región enclavada en el corazón de Italia con la que se suele identificar a San Francisco de Asís. Es el término con el que se conoce esa parte, donde las laderas montañosas están orientadas a espaldas del sol, en la zona de la sombra orográfica.
Es la única del país sin salida al mar y es conocida por sus ciudades medievales en lo alto de las colinas, como es el caso de Perugia, la capital regional, y Asís, la ciudad donde nació San Francisco y el lugar donde está la Basílica que lo recuerda.

Allí vas en busca de pueblos y fortalezas que han sobrevivido a lo largo de los siglos con esa impronta de los etruscos y de los umbros, cuyo legado dejó una huella significativa en la Italia antigua y fue gradualmente asimilada por los romanos.
Ellos terminaron adoptando su lengua, su cultura y sus costumbres. También muchos de sus templos y estructuras funerarias que reflejan gran destreza en la construcción.
Una vez que te acercas a Asís, a su centro histórico y a sus monumentos adviertes por qué la UNESCO la consideró un raro ejemplo de continuidad histórica entre la ciudad, su paisaje cultural y todo el sistema territorial.
Estrechamente asociada al culto y la difusión del movimiento franciscano, la ciudad está protegida por una imponente muralla y conserva las características de un típico pueblo umbro, cuyo atractivo arquitectónico la hace destacar en el país.

En su sacro convento se escribió un importante capítulo del arte italiano y es un lugar histórico y de peregrinaje cristiano de los más importantes de Italia y del continente. Fue desde él que el santo se propuso intentar cambiar la iglesia como institución.
El espacio gótico es un centro espiritual y de paz, construido en la llamada colina del Infierno, junto a las murallas de la ciudad, entre 1228 y 1253.

Además de pertenecer al patrimonio histórico mundial y ser sede episcopal de la nación, en ella descansan los restos del fundador de la orden franciscana, quien llegó a tener 35 mil seguidores.
Justo en el lugar donde antiguamente ajusticiaban a los condenados, se erigió el monasterio.
Era, como recuerdan las crónicas, el último sitio, ese que nadie quería, donde se levantó la sede que recuerda al hijo del rico comerciante que pasó a vivir bajo la más estricta pobreza.
Desolado por el horror y la sangre que vivió en la época de las cruzadas, el joven -hijo de un textilero famoso- consideró una equivocación inmensa aquellas contiendas.

Para quien se convertiría en Francisco de Asís, la riqueza y el pillaje que vinieron de esas expediciones que organizó Occidente en la época medieval no aliviaban el espíritu, sino que lo hacían más pesado.
En términos históricos, el acontecimiento de marchar hacia el Oriente para “salvaguardar” las reliquias santas distaba del pacifismo que Jesús había proclamado. La guerra, avalada por la defensa de la fe, convenció a los de entonces que pasaran por encima del No matarás.

Según el fundador de la orden franciscana, la contienda bélica nada tenía que ver con las enseñanzas del cristianismo, por lo que al regresar renunció a los bienes, a su posición social y se fue a las calles a intentar recuperar el origen y el amor que habían echado por tierra aquellos eventos.
Convertido en un referente, el monje vivió en la época de la encarnizada lucha entre güelfos y gibelinos, conocidos conflictos entre los habitantes de Peruya y Asís, la una papista y la otra cesariana.
Partidarios los primeros de las libertades comunales y del Papa, y los segundos, en cambio, del orden y del Emperador, lo cierto es que estas disputas del medioevo eran expresión del clima político que se vivía en aquella época.

En medio de aquella crisis espiritual, donde la gente estaba desorientada y la Italia inestable, la iglesia aprovecha el ejemplo de ese joven que portaba una túnica y una soga atada a la cintura con varios nudos, en representación de cada herida de Cristo.
La orden franciscana se funda en el siglo XII en momentos en que la Iglesia, más preocupada por las cosas materiales que las espirituales, pasaba por tiempos complicados.

Era una orden mendicante que, a través de la realización de un voto de pobreza, renunciaba a todo tipo de propiedad colectiva o individual.
Todavía el mundo recuerda aquella humilde petición que selló la historia: señor, haz de mí un instrumento de tu paz. Que allá donde hay odio, yo ponga el amor. Que allá donde hay ofensa, yo ponga el perdón. Que allá donde hay discordia, yo ponga la unión.

Según cuentan las crónicas, a él le había sido revelado luchar en nombre de Dios y su petición antes de morir fue ser enterrado en el lugar más feo de Asís.
La cruz que lleva su iglesia es una letra T, la última del alfabeto, que significa “el último a considerar”.
Hoy su santuario, adornado por los frescos de Giotto, está en un lugar reposado y tranquilo de Italia. Allí está la esencia de aquel monje que vivía en armonía con la naturaleza y se sentía hermano de los lobos, hermano del sol y hermano de la luna.

Para mi Italia es única y seguir tus informativas publicaciones me han ayudado a enriquecer mi opinión. Cada lugar de este país q describes es impresionante , no solo tus experiencias en las conocidas grandes ciudades , también en las más pequeñas como Asís nos has ayudado a conocer otra historia de belleza italiana.
Mi sisi que hermosos lugares con tanta cultura y muy bellos gracias por compartir con nosotros estos momentos hermosos de tus viajes muchas gracias y bendiciones