El flamenco tiene ese fuego gitano lleno de sabor, magia y colorido.
- Sissi Arencibia
- 31 jul
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Si algo da identidad al pueblo español es la música flamenca. Esas notas venidas de un alma fuerte, sentida, ataviada con ropas de lunares, que hace sonar sobre las tablas el repiqueteo de tacones y cuyos movimientos sutiles arrastran la nostalgia de pueblos caminantes.
No hay otro género más simbólico que ese en el país. Y otra vez hay que ir al sur para hablar de él.

Íntimamente ligado en influencia a la cultura gitana, el flamenco tiene características seductoras que hacen de sus eventos todo un espectáculo, lleno de colores brillantes y de icónicas faldas de capas y volantes.
A pesar de ser menospreciado en su momento, no hay cosa más ligada al nombre de España que esa influencia, que combina el canto, el jaleo y el toque de guitarra con el baile, las palmas, los chasquidos de dedos y el zapateo.
Igual que los moros, los judíos y los sufíes, los gitanos tampoco estaban contemplados en el proyecto de los reinos cristianos y mucho menos en el de los reyes católicos, pese a que su presencia fue determinante en todo el mundo europeo.
Su elección de ser libres, nómadas y errantes se reñía con las relaciones de vasallaje y posesión de la tierra que estimulaba el feudalismo.
Que alguien apareciese por los caminos, cantando, bailando, leyendo la suerte, durmiendo bajo el cielo y sin sujetarse a ningún sistema de creencias, era inconcebible en el mundo de entonces.

Ellos llegan por el Asia menor, atravesando el mar por los Balcanes, entre los siglos XIV y XV, tras la persecución de los judíos sefarditas, la expulsión de los moros y el derrumbe del Califato de Córdoba.
Aunque resultaran sospechosos y eran perseguidos por todos lados, la nación tuvo que vivir con ellos, porque su alma era demasiado fuerte.

Eran hojalateros y herreros, como en casi todos sus asentamientos a lo largo de Europa.
Y también, como a todos, llegaron con sus cantos, cartas, predicaciones y espectáculos, impregnando de coloridas tradiciones a estos pueblos.
Los gitanos han vivido en todos lados y la música es para ellos un factor de identidad.
Y así como es para ellos, es altamente valorada en la vida española, donde se considera parte del patrimonio nacional y regional.

Dependiendo del género, la del sur tiene una mezcla de influencias en la que puede haber elementos árabes traídos por los moros durante casi mil años de ocupación.

El flamenco propiamente nació en Andalucía y es una exótica mezcla de sonidos moriscos, gitanos y giros autóctonos, acompañados de la guitarra clásica. La letra es intensa y emotiva, con un fondo musical dramático y se hace acompañar de castañuelas.

Esos pequeños instrumentos de percusión que se llevan en los dedos junto a los movimientos apasionados de las mujeres que bailan el flamenco, hacen de las tierras del sur espacios genuinos de esta expresión artística, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Resultante de la fusión de la música vocal, el arte de la danza y el acompañamiento musical, su invención se atribuye a los gitanos y ellos tienen un papel importante en su creación y evolución en Andalucía, donde los obligaron a asentarse.
El género responde al mestizaje presente en el sur, donde la música arábiga-andaluza convivía con el sistema musical judío y las canciones populares mozárabes. Eso y la entrada de los gitanos formaron ese costumbrismo andaluz, cuya marca se reconoce en todo el mundo.

Lo cierto es que el flamenco es la música que más reivindican los españoles como suya.
Es ese mundo de palmas, bulerías y guitarras lo que a la gente le hace sentir el calor de España y ese fuego lo trajo la raza calé con el sabor, la magia y el colorido.
Las únicas cosas bonitas y alegres que pasaban en los pueblos durante el medioevo las trajeron los gitanos.
Ellos vinieron con su música a cuestas, la habilidad en las manos que les hacía parecer magos, el ingenio para adivinar la suerte y el poder de la observación y la palabra.
Por eso dejaron una huella sincrética, pese a la persecución y la intolerancia de la que fueron objeto. Su influencia no se pudo exterminar, porque la gente siguió preguntándoles la forma de atravesar la maldad.


Y aunque sean rezagos del paganismo, todas estas historias -hoy cantadas por compositores como Serrat y resaltadas en la poesía de Lorca- dejaron una huella y crearon el subsuelo cultural de lo que es España.
Siempre habrá que mirarlas, aunque los gitanos continúen siendo un dilema cultural para los europeos.
En un mundo que los discrimina y no les comprende, ellos son espíritus libres
y siempre buscarán esa libertad para darle sentido a su música.