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Lokrum es de esas experiencias viajeras que cambian tu realidad.

  • Foto del escritor: Sissi Arencibia
    Sissi Arencibia
  • 24 abr
  • 3 Min. de lectura


Lokrum es el nombre de una pequeña isla de vegetación silvestre y una gran colonia de pavos reales, cuyo valor esencial radica en ser una auténtica escapada cuando estás de paso por Dubrovnik.


A ella llegas en una embarcación que sale cada 30 minutos desde el puerto medieval de la ciudad croata, una de las más fascinantes del perímetro balcánico por asomarse al mar Adriático y tener un sistema fortificado, entre los más impresionantes del mundo.


La isla no tiene más de dos kilómetros cuadrados de superficie y está completamente despoblada, pero llegar al muelle de Portoc y recorrerla está entre los pequeños placeres que me regalé en ese ajetreado viaje por los Balcanes.


Se trata de una porción de tierra con una fuerte tradición botánica y rodeada de mar, y eso ya de por sí es suficiente para tranquilizar los sentidos.


Lokrum es una reserva natural cubierta de bosques y un reservorio de paz que usaron los monjes benedictinos desde el siglo XI y hasta las postrimerías del siglo XVIII para cultivar y orar con total tranquilidad.


Allí fundaron su abadía y vivieron hasta que los obligaron a abandonar la isla, cuando las campañas de Napoleón. Fue tal su arraigo al lugar y su oposición a dejarlo que su recuerdo quedó en las leyendas que se mueven allí.


Dicen que antes de salir de aquel lugar los benedictinos dieron tres veces la vuelta a la isla con sus velas encendidas apuntando hacia el suelo y dejando un rastro de cera derramada para imposibilitar que persona alguna tratara de pernoctar en ella.


Algunos intentaron hacerse con ella, pero la llamada maldición de Lokrum las perseguiría.



Los restos de un monasterio recuerdan el paso de aquellos monjes, quienes -según la historia- sirvieron de apoyo a los navegantes que acompañaban a Ricardo Corazón de León, tras naufragar en el sitio en tiempos de las Cruzadas.


De estilo románico, el inmueble, conocido con el nombre de Santa María, conserva estructuras originales y otras posteriores de estilo gótico-renacentista, encargadas por el archiduque Maximiliano de Austria.


De ese monasterio hoy queda el parteluz y el claustro, y de la iglesia algunos restos de frescos y relieves en piedra, relativos a la Anunciación.


También los jardines con el nombre de Maximiliano, un apasionado de la flora y a quien le gustaba combinar especies autóctonas con otras exóticas importadas.


De hecho en la isla existen alrededor de 500 especies de plantas de diferentes partes del mundo.


También un gran número de pavos reales, una curiosidad introducida por el archiduque, y que suelen estar por los alrededores del Monasterio Benedictino.



El nombre de la isla proviene del latín acrumen que significa fruta amarga. Es representativo de la tradición que tenían los monjes en la Edad Media de sembrar frutos exóticos y plantas medicinales.


Lokrum es, como todo en Croacia, una locación muy vinculada con el rodaje de la serie Juego de Tronos y una visita recomendada, a 600 metros de la ciudad de Dubrovnik.


Hay una sala dedicada a la ficción con cuadros de los personajes de la serie donde cuentan los puntos de la isla donde se rodaron las diferentes escenas a través de audio-guías. También hay una réplica del Trono de Hierro para fotografiarse.


Pese a contar con un pasado de leyendas, la isla es un remanso de paz y su visita complementa la vida portuaria de Dubrovnik.


Hoy es un paraje deshabitado, pero durante el medioevo fue el bastión económico de la capital croata, al ser vendida varias veces a diferentes familias adineradas para cubrir los fondos de la tesorería.


Sus leyendas magnifican su encanto, pero en realidad la isla también ofrece un ambiente ideal para disfrutar la playa.


Hay ruinas de un fuerte enclavado en el punto más alto, construido como una estrategia de seguridad. Lo llaman Fort Royal o Torre de Maximiliano por las frecuentes escaladas de este gobernante al lugar.


Se trata de los restos de una fortaleza construida en 1806 por el ejército francés y luego terminada por el imperio austríaco. Un lugar desde donde ver el atardecer al terminar el día.


Allí sigue vivo el legado cultural, religioso y hortícola de los monjes benedictinos y las piedras han sido talladas por las olas del mar, ofreciendo un espacio perfecto para disfrutar de la naturaleza.


Una vez allí es fácil abstraerse y olvidarse del tiempo.


Cuando miré el mar desde las murallas de la vieja ciudad de Dubrovnik no tenía idea del mundo que había detrás de esa isla que se deja ver en perspectiva. Ir a ella es de esas experiencias viajeras que por un momento cambian tu realidad.

 



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Sobre este blog

Mis pasos han tenido la suerte de andar muchos caminos. Algunos con curvas que me hicieron caer; otros filosos en los que superé pruebas dolorosas y muchos gratificantes, que me llevaron a cumplir el sueño de explorar el mundo. Leer más.

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