Por las montañas escarpadas hacia las tierras de Alejandro Magno.
- Sissi Arencibia
- 26 jun
- 4 Min. de lectura

Entré por el norte a Grecia, ese país influyente de la antigüedad, lleno de ruinas, historia y considerado la cuna de la civilización occidental. Mis pasos andaban por la tierra del monte Olimpo, la montaña sagrada que se erige entre dos mares y que la literatura hizo famosa.
En el último tramo del viaje por los Balcanes me acerqué al legado de una tradición que se volvió eterna con los clásicos mitos de Corfú a Ítaca por el lado jónico, con el oráculo de Delfos, decidiendo el destino de pueblos y reinos, y con el impacto de Atenas, Rodas y Creta, por la vertiente mediterránea.

En ella, como alguien dijera una vez, se entrecruzan los aromas y sabores del Mediterráneo y también las voces de Homero y Antígona.
Pero, sobre ella se definieron los derroteros históricos cuando Alejandro Magno, a lomos de Bucéfalo, ponía su estandarte de conquista en el mundo.
Las del norte eran las tierras que se utilizaron como ruta de comunicación con la via Egnatia, un tramo comercial construido para unir las diferentes colonias romanas desde el Mar Adriático hasta la antigua Bizancio.

La llamada “vía Grande” era la conexión más corta entre Roma y Constantinopla, el eje estratégico, la ruta de Asia para las legiones y, hasta la era moderna, la principal vía terrestre de la península.
Construida entre los años 146 y 120 a.c como uno de los tramos carreteros más importantes del imperio romano de Oriente, cubría una distancia de mil 120 kilómetros y casi todo el comercio de Bizancio con Occidente viajaba a lo largo de ella.

En los Balcanes toda la historia se junta. Salir de Macedonia del Norte y entrar en Grecia era ir más atrás en el tiempo, porque eran las tierras que vieron nacer a Alejandro, El Conquistador, uno de los más grandes que recuerde la historia.
Iba rumbo a Tesalia, adonde están los emplazamientos de masas rocosas que exhiben monasterios en lo alto. Curiosas formaciones que en su tiempo sorteaba el macedonio cuando se entrenaba por la empinada geografía montañosa de estos lares.

De muchas maneras es imposible dejar de recordar a ese hombre brillante, lleno de curiosidad y educado por hombres cultos, que llegó con su batallón al Helesponto para enfrentarse al imperio persa.
Había algo especial en él. No solo era un comandante militar absoluto, sino que pensaba en cosas todo el tiempo y todo en su vida tenía un propósito, según recuerdan los escritos que han llegado hasta nuestros tiempos.
Entrar a la frontera griega me llevó a exaltar la vida de un guerrero que buscó inspiración en los grandes héroes mitológicos de su tiempo. Su intuición le hacía pensar que peregrinar hasta el altar de Aquiles cambiaría el curso de una batalla.

Eso, y la palabra de Homero hizo que aquel león, conocido por embestir batallones completos en el campo de batalla, fuera el estandarte y la motivación de su lucha.
Bajo su armadura y en nombre del héroe griego, el macedonio guio a sus hombres a través del río Gránico por territorios conocidos hoy como Turquía con una caballería que era el componente más importante de su maquinaria militar.

Según los antiguos, en la vida de todos hay adversidad, pero aquellos que buscan grandeza tienen que elegir el camino más difícil, la senda menos transitada, deben atravesar la tempestad, porque es así que Dios los pone a prueba.
Solamente dentro del ojo del huracán hombres como Alejandro Magno pudieron encontrar su verdadero valor.
Así es como la vida los reta para que reconozcan lo que de verdad importa, lo valioso entre cielo y tierra, y por lo que vale la pena luchar.
No hay forma de estar por estos lares sin traer al relato al hombre grande que atravesó las líneas persas, al guerrero que tomó la armadura del mítico Aquiles en el templo de Troya y encontró su destino glorioso en ese peregrinar.
Al que emprendió ese viaje lleno de dudas y temores sobre el futuro, logrando mantener el paso y la calma.

Él significó un nuevo resplandor en tiempos en que los grandes valores de Grecia empezaron a degradarse tras casi un siglo de guerras entre Esparta y Atenas en el Peloponeso.
Por eso cuando uno cruza la frontera y empieza a chocar con ese paisaje tan singular, que en su tiempo fue el responsable de la destreza de sus hombres, tiene que empezar el relato hablando de él.

La historia de Grecia se hizo grande gracias al proyecto expansivo de Filipo y su hijo.
Aunque la nación tiene mares y montañas, fue de sus confines más escarpados que salieron los hombres capaces de unificar las ciudades griegas alrededor del reino de Macedonia.
En un momento de decadencia, la figura de Alejandro se alzó para dar un segundo aliento a la patria de Homero. El utilizó la cultura, la civilización griega y su propio poderío militar para expulsar a los persas y devolver a este país su grandeza.
Cualquier crónica de esta nación tiene que hacer mención de su figura, porque de otra manera estaría incompleta. El hijo de Filipo no solo propició que Grecia conociera los confines del mundo, sino que universalizó su cultura y esparció el conocimiento de su mundo por todo el orbe.

Siempre habrá que hablar del célebre discípulo de Aristóteles, quien se encargó de ofrecerle una completa y refinada educación y con quien descubrió los misterios de la naturaleza y el cielo.
Fue ese maestro, que aprendió a su vez de Platón, quien lo instó a pensar como un griego y a luchar como un bárbaro.
Hasta el último de sus días fue fiel a ese legado el hombre que eligió grandeza y que al nacer provocó que por vez primera dejaran de arder los fuegos en las mesetas iraníes.
Interesante y muy bien documentado este artículo sobre acontecimientos d la historia mundial q siempre perduraran en el interés de la humanidad .