Ahí donde voy, reside la paz de Dios.
- Sissi Arencibia

- 9 oct
- 4 Min. de lectura

Cada día tomo más conciencia del llamado del alma y me dejo llevar por lo que es mi esencia. He aprendido a guiarme por lo que creo y defiendo lo que considero correcto con energía y responsabilidad. Esa convicción es mi verdad.
Hace algunos años vengo haciendo ajustes. Poco a poco he dejado de buscar las respuestas fuera, intentando dar luz a mi interior. Hoy puedo manifestar el bienestar que me aporta haber elegido este camino.

Puedo dar fe que el del corazón es el único sendero que nos lleva a encontrarnos y a desarrollar nuestro verdadero potencial.
Es el que garantiza dejar atrás viejos patrones, relaciones pasadas, comportamientos antiguos y profundos desencuentros.

Cuando andamos ese trillo nos apegamos a la verdad, nos alejamos de la sombra, dejamos de preocuparnos por lo que otros piensan y cuidamos nuestros espacios y energías.
Por duras que hayan sido las pruebas, actuar desde mi esencia me ha hecho mirar el camino de forma más simple, incluso acortar las distancias. También transitar liviana.
Hoy veo con otros ojos mi historia de vida, no permito que los mandatos familiares me afecten y me hago cargo de mis propias realidades, sin culpar a nadie por lo que me pasa, afecta, o creo que es mi responsabilidad.
Vivir mis propias experiencias ha sido tan benefactor como liberar creencias que me impedían cumplir con mi misión en esta vida. Poco a poco dejé de buscar la aprobación y el reconocimiento para lo que hago.

La vida es todo un proceso de ensayo-error donde aprendemos, ajustamos y acompañamos a ese ermitaño que llevamos dentro para sacar lo mejor de uno mismo.
Es un trabajo de años, donde -por lo menos yo- he dejado salir a mi sabio interior y he sacado luz de adentro para iluminar la ruta y aclarar el pasado.
Gracias a eso he podido soltar casi todo lo que me limitaba y cada día evalúo con mucho cuidado lo que debe acompañarme en mi nueva dirección.
El trabajar conmigo y todas las experiencias que arrastra consigo el encontrarse, fueron una especie de palanca para ir entendiendo de a poco las acciones dolorosas que me invadieron en el pasado, para reconocer que amar es más simple.

Porque tal vez, sin querer, estaba interviniendo demasiado en el karma de otros, en las dinámicas de aprendizajes de los demás, y eso no me lo podía permitir en el proceso presente. Dios había trabajado mucho en mí como para involucionar.
Cuando pienso y, sobretodo, cuando escribo de ello, doy gracias por la persona en que me voy convirtiendo; por la aceptación de aquellas cosas que me pasan y que hacen los otros, aunque no sean de mi agrado; por la fe en los valores y el aprendizaje.

Y me descubro aplicando esa sabiduría vital en todo momento.
Ando como más despierta, buscando aquello que ya no hace sentido a esa iluminación, recapitulando las enseñanzas aprendidas, cuestionando las tradiciones, con una mente abierta.
Digamos que esa curiosidad por aprender y entender nuevas cosas, que siempre he tenido, se ha hecho más aguda. Se ha visto regada por la perspectiva de los más jóvenes, con esas formas de entender el presente desde ópticas más rápidas, más revolucionarias.
Ya no me arrastra la influencia de los demás, ni me permito entender bajo la filosofía de lo aplicado desde siempre.
Cada día voy poniendo un componente más conciliador, haciéndome un planteamiento más profundo sobre esas cuestiones, estableciendo una especie de puente entre lo que soy y el despertar a que aspiro, entre mi realidad y la iluminación.

Ando relajada y en paz, con tiempo para todo, permitiéndome jugar con los animales, encontrando el punto de inflexión, el puente para mediar, el enfoque diferente, el equilibrio en la búsqueda del significado de mi vida.
Desde que inició el año presto mucha atención a esto, más que antes incluso. Cuido mucho mi espacio, porque tuve la opción de salirme de personas y lugares que no se alineaban con ese propósito.
Hubo un cambio de planes que me permitió utilizar la madurez para poner mi enfoque en algo mejor, para salirme de entornos negativos, de energías pesadas, pensamientos limitantes y cambiar la forma.
Ahora percibo mejor que antes las piezas que debo ajustar y me permito una ganancia mayor, porque el vibrar desde una situación que no garantizaba equilibrio, hacía que perdiera dinero, salud y estructura de vida.
Siento que mi desempeño y el trabajo que me permito hacen sentido a esa iluminación interior. Escribo con más fluidez que antes y mis pensamientos son más claros.

Eso es una gran riqueza. Ya sea que los demás lo vean o no, el alejarme de personas que me faltaban a la verdad, que abusaban de mis recursos y me daban falsas expectativas, hizo que vinieran otras soluciones más cómodas, más viables.

Dejar un contexto que ya no se alineaba a mi realidad, hizo que mi vida comenzara a verse rica y gratificante.
Hizo que me sintiera con las necesidades cubiertas y tuviera otras solturas en el manejo de los recursos.
Me permitió establecer lazos más sólidos y propició el reencuentro con algo que había perdido, con un lugar que me equilibra, me compensa y me ajusta. Un sitio donde elijo lo que me sirve y lo que me conviene, desde otra realidad.
Y eso que cambió, el salir de ese espectro, me hace ver todos los días que nada real puede ser amenazado, que nada irreal existe, que lo mejor está por suceder, y que ahí donde yo voy, con fe y abundancia, incluso en lo que no puedo ver, reside la paz de Dios.




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