El poder de la luz que llevamos dentro.

Si una persona es un ejemplo de lo que es ir por el mundo marcada por algo que no puedes controlar, esa es mi hermana Thay.

Aunque no hablemos mucho de ello para no alterar las emociones, hay en ella una lección, un código de lo que es ser diferente, de lo que es sobreponerse a las circunstancias, y eso siempre lo llevo conmigo.

Venimos de un linaje acostumbrado a caerse, levantarse y seguir adelante, pero cuando estas fechas pasan, todo se revuelve en nuestras vidas. Ni que hablar en la de ella, donde una marea de arrastre le dificulta aferrase a sus puntos fuertes.

Pese a llevar el sentimiento de pérdida de su amado hijo desde hace nueve años, ella siempre logra anclar sus emociones, tener una presencia de ánimo y demostrarnos que el mundo sigue siendo hermoso y frágil al mismo tiempo.

Es una superviviente, porque entendió que cuando el equilibrio no es posible, siempre hay oportunidad de sostenernos.

Su historia y proceso me generan a mí un profundo respeto, porque me revelan a una persona que encontró herramientas para continuar, que activó palancas para seguir adelante y eso la hace increíble ante mis ojos.

Ella hizo de la oración su punto de apoyo y encontró en el camino de Dios su supervivencia.

He estado pensando mucho en esas cosas: en lo que llevamos con nosotros, en lo que nos mantiene en pie ante la incertidumbre y en como encontramos nuestras herramientas y nos apoyamos en ellas, sobre todo en momentos de caos.

A pesar del dolor, fue contundente y eficaz para ella encontrar el poder para superar los sentimientos de soledad e indefensión. Y eso fue generando de a poco tranquilidad y capacidad para mantener la perspectiva.

La herramienta que encontró para salir de ese pozo le permitió conectar nuevamente con los demás, poder sonreír a los niños que conforman su mundo diario. Y esa es una luz que alimenta a la otra. Es el poder de la luz que llevamos dentro.

Entregar sus cargas a Dios fue útil y estabilizador luego de aquel momento de quiebre, de aquella marca con la que iría siempre por el mundo.

Le permitió volver a encontrar algo de luz y al propio tiempo regenerar un poco ese destello totalmente único e individual que todos llevamos dentro, esa llama que merece la pena proteger y que ella decidió que siguiera al servicio de los demás.

Podía haberse hundido, abatido, caído, pero decidió continuar. Eso la hace diferente.

En su proceso de duelo hubo de todo y mucho. Puedo dar fe de eso. Hubo un corte total con el mundo; con todos aquellos que no formaban parte de su círculo más íntimo de casa y con todos los sitios que le trajeran recuerdos de él.

El camino posterior al hecho no hay cómo describirlo, por lo menos yo no me atrevería, pero se levantó.

Para continuar y poder sostenerse en su período de inmovilidad forzada se agarró de cuanto pudo, de los hilos más débiles y de lo que le devolvía una ligera sensación de presencia.

Buscó refugio en la palabra, en las alabanzas, en las mariposas y en todo aquello que le hacía sentir que el espíritu de Marlon estaba presente.

Intentando atenuar ese torbellino que bullía en su mundo interior, se permitía bailar con los ritmos que a él le eran afines.

Imagino que cuando una herramienta dejaba de funcionarle, cuando la fuerza del dolor mermaba su utilidad, buscaba otra que la ayudara a levantarse y a mantener el equilibrio, a coexistir mejor con la incertidumbre.

En algún momento leí que para eso son las herramientas. Nos ayudan a afrontar los cambios, a gestionar las cosas, cuando la vida parece fuera de control. Y también ayudan a seguir adelante, aunque sea con incomodidad.

Yo reverencio ese poder y ante su entereza me rindo. Hay momentos en la vida en que podemos perder el norte y sentirnos a la deriva. Cualquier situación mundana puede conducirnos al aislamiento y también a retroceder.

Pero, cuando estoy ante ella; cuando pienso en ella, esas sensaciones se hacen minúsculas. Simplemente, no tienen cabida.

Hoy soy consciente que las grandes tormentas traspasan nuestros límites, derriban estructuras e inundan nuestras rutas. Nos dejan en un paisaje cambiado. Pero, de nosotros depende encontrar una nueva manera de seguir adelante.

En el proceso de restaurar su entorno, ella consiguió mirar más allá de la angustia y la frustración, del enojo que sentía con el mundo. Pudo restaurar la fe y encontró el aplomo y la capacidad para adaptarse y continuar.

Si Thay hizo esos pequeños reajustes para desenredar los nudos más grandes y complejos que la vida le había puesto por delante, que no podría hacer yo para librar las batallas del camino. Cualquiera que se me pusiera por delante.

A través de esta semblanza la honro a ella y honro su mundo, el cual cada día me da motivos de sobra para continuar.