Los curiosos hilos que mueve una tradición vikinga.
- Sissi Arencibia

- 18 sept
- 4 Min. de lectura

Para los antiguos escandinavos las runas eran una especie de alfabeto inscrito en piedras, al que le atribuían poderes sagrados en tanto les servían para conectar con sus deidades y navegar por los caminos de la vida.
Sus símbolos contaban con un significado y una interpretación. Eran una especie de oráculo que les decía como actuar ante determinada situación.

Considerado un regalo divino otorgado por Odín, el tablero rúnico se utilizó en Europa del Norte como una forma de cultura escrita hace dos mil años. Hoy es estudiado y analizado como medio de conocimiento y evolución personal.
Por estos días recordé esa filosofía nórdica, cuyo fundamento se basa en la creencia de que ese antiguo medio posee la capacidad de conectar con energías más amplias, ofreciendo puntos de conexión para comprender el mundo y el propio camino.

La traje al pensamiento cuando alguien sacó del tablero la runa Laguz, portadora de fluidez, adaptabilidad y purificación, para evaluar mi momento presente. “Es la fuerza de la intuición, los sueños, la sabiduría interior y la sanación emocional”.
No ando entretenida en estos temas, pero de vez en vez, me gusta explorar lo que concierne a mi mundo, donde todo está fusionado e interconectado.
Esa es, diría yo, la magia que le atribuyo a mi propio andar: la capacidad de engarzar las piezas para armar el puzle de mi propia vida.
Estar abierta al conocimiento hace que vea lo que se mueve en el entorno como parte de un saber ancestral que no hace distingos de culturas y religiones. Un torrente de información que, cuando lo sabes usar, te muestra unos hilos bien curiosos.

El agua purificadora de Laguz indicaba un período de renovación tanto a nivel físico como emocional. Hablaba de introspección y conexión con las emociones profundas, de la capacidad de sentir y expresar las mismas y de una imaginación desbordante y creativa.

Mi escenario presente era muy semejante a lo que expresaba ese símbolo. Poseía luz, claridad y entendimiento de que todas las respuestas que había buscado estaban en mí.
Con el tiempo he aprendido a respetar cualquier forma que muestre conocimiento.
Ese en particular provenía de un sistema de lenguaje escrito que para los vikingos significaba misterio, susurro y secreto.
En lenguas germánicas, el alfabeto rúnico ayudaba a comprender situaciones o preguntas.
Hoy pocos conocen el origen y explicación de esa curiosa y antigua tradición mística, pero lo cierto es que mis viajes me habían dado el argumento para comprenderla.

Al tener un significado y un mensaje relacionado con aspectos de la vida y el universo, cada uno de sus caracteres es visto como herramienta para el autoconocimiento y guía en momentos de dificultad.

Darle una probadita a ese saber me tentaba. Un tiempo atrás, me había salido Hagel, portadora de cataclismo y liberación. Y la verdad, el mensaje no podía ser más contundente.
Es la fuerza de la naturaleza que trae consigo la energía necesaria para reconstruirte. Comparada con la energía del rayo, Hagel es la aparente catástrofe y todo lo que debe destruirse para volver a renacer.

“Era el imprevisto granizo, capaz de echar a perder el esfuerzo de la siembra, el gigante que arremete contra nuestra seguridad con su implacable fuerza”.
Contra él –decía- no se puede luchar, pero la capacidad de regeneración no tiene límites.
Tanto la una como la otra hablaban de transformación, purificación e indicaban el camino transitado y en el que estaba en el momento presente.
Con una diferencia de solo unos meses, sus significados me situaban en mi propia vida.
Hagel hablaba de transmutación, de un vuelco total en valores y creencias; en trabajo, relaciones y seguridad. Laguz, en cambio, era la runa 21, y la representaba una cascada de agua que corre, el poder de un manantial y el fluir.

Si bien la primera mostraba un giro que implica renuncias, dejar ir, y la muerte de todo lo que quedó obsoleto, la del presente se asociaba al subconsciente, al instinto, al fluir de la existencia y a percibir lo que no se aprecia a primera vista.
Unos meses atrás la lectura argumentaba: Es la aparente catástrofe que supone pérdidas y rupturas. “El granizo destruye por completo las partes más expuestas de las plantas. Sin embargo, la capacidad interna de las mismas permanece incólume”.

La de ahora indicaba fecundidad en el terreno del alma y mostraba a un individuo que se adapta sin problemas a momentos complicados, fluyendo sobre ellos. Un período que exige un calado y una delicadeza especial.
Me quedé con ambas percepciones, porque en el trazado de mi vida hubo examen y reconstrucción. Hubo caídas, luchas, boicots, trampas, traiciones y, en medio de todo, la defensa de una postura y un sueño con fortaleza y convicción.

También momentos en los que busqué el silencio y los rincones para sanar heridas y ubicar cada pieza en su lugar. Y, como siempre ocurre, pude ver después de ese granizo, el arcoíris y la vida que renace con más fuerza.
Si Hagel me conminaba a aceptar las pérdidas como un puente hacia mi renovación, Laguz me regresaba a mi centro, de vuelta a mi esencia, al equilibrio y al bienestar interno que porta una energía nueva.

Una me insistía en que la aniquilación de lo viejo era inevitable, como también el giro para crecer y elevar la consciencia; la otra me animaba a sumergirme en la experiencia de vivir, a encontrar lo que me satisface como ser único y especial.
Una representa muerte y la otra iniciación. Y aunque admito que hubo tiempos en que caí a lo más profundo, siempre me levanto con una llama más fuerte y resplandeciente, con el aprendizaje y la sapiencia de reconocerme como creadora de sueños y realidades.




Comentarios