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Volar sobre Egipto es una sensación que se queda contigo para siempre.

  • Foto del escritor: Sissi Arencibia
    Sissi Arencibia
  • hace 4 días
  • 3 Min. de lectura

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Apenas despuntaba el alba cuando los primeros colores del desierto comenzaron a filtrarse entre las montañas tebanas. La ciudad dormía y las sombras aún abrazaban las tumbas milenarias, pero ya nuestro globo se elevaba sobre el valle de los Reyes.


A bordo de una cesta, dejamos la tierra de forma serena, sin prisas y sin siquiera advertirlo, para volar en el tiempo. Tras el suave despegue, nos deslizábamos sobre uno de los paisajes más impresionantes del mundo.


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El silencio allá arriba era absoluto, casi sagrado, solo interrumpido por el rugido breve del quemador y el soplo de un aire tibio, cargado de historia. Volar sobre Egipto es una sensación que se queda con uno para siempre.


Desde las alturas aquel escenario era como un papiro extendido que señala los templos, las ruinas, los caminos antiguos, las huellas que el tiempo no ha borrado del todo. Todo se siente intensamente vivo.


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Por un instante consideras que eres parte de la historia, porque en el valle reposan siglos de obsesión por la vida después de la muerte. En aquellas grietas de la tierra yacen faraones que alguna vez se creyeron dioses.


Allí están los restos de Tutankamón, Ramsés II, Hatshepsut, Tutmosis. Y eso impregna un sello de magnificencia a todo lo que rodea el paisaje.


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Es sobrevolando esa tierra desértica, la “tierra roja” de la orilla occidental del Nilo, donde dimensionas el concepto que para ellos tenía ese viaje al más allá, sustentado en la idea de lo eterno.


Nada mejor que esa aventura desde el aire para acercarte a la necrópolis custodiada por el cerro de El Qurn, cuya silueta recuerda las pirámides tradicionales y el simbolismo funerario de las mismas.


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Desde lo alto y a lo lejos se vislumbra El Nilo, serpenteante y eterno. Notas la brillantez de las piedras y los tonos con los que el sol tiñe todo el legado que guarda ese valle.


Algo cambia después de volar sobre las tumbas reales y los acantilados desérticos del oeste de Tebas. Uno vuelve con el alma más ligera y con la certeza de que Egipto es un lugar que se lleva dentro.


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Cuando estás arriba, alcanzas a explicarte muchas cosas, sobre todo el por qué es una civilización creada para la eternidad. También la elección de ese valle como lugar de descanso de los gobernantes del imperio nuevo.


Relativamente pequeño y fácil de proteger, el asentamiento está oculto de las vistas desde la orilla del Nilo, para de esa forma preservar los cuerpos y tesoros de los reyes que descansan allí.


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El suelo árido garantiza la conservación de las tumbas, excavadas en la roca y orientadas hacia el oeste, en dirección al ocaso.


En la cosmovisión egipcia, las construcciones respetaban el ciclo solar. Por eso esa orilla oeste del afluente representa el reino de los muertos y el umbral hacia el más allá. Los enterramientos tenían lugar en esa vertiente del Nilo.


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Todo ese mundo lleno de historia, misticismo y culto se levantó de acuerdo con una disposición sagrada. Y eso el paseo me lo dejo ver.


Para ellos el este (lugar de nacimiento del sol) representa la tierra negra fértil de Horus y, por ende, el asiento de la vida. El oeste, en cambio, es donde el sol se pone, la tierra roja estéril, desértica, dominada por Seth, el señor del inframundo.


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Volando sobre ese bien integrado al Patrimonio de la UNESCO desde 1979, pude entender antes de acercarme.


Supe por qué las casas egipcias son de adobe y las tumbas de piedra y entendí por qué trabajaron con tanto amor la segunda.


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Las piedras aportan dureza y protegen la energía para crear el refugio de los seres que van al inframundo; el adobe, en cambio, es perecedero, toda vez que la vida es para ellos un intervalo para entender la importancia de la muerte.


Los egipcios tenían todo que decir frente a ese viaje iluminado, al que entraban de la mano de Anubis. Ellos creían que el tiempo era un círculo interminable y la muerte un paso en el camino a una vida más completa en el siguiente mundo.


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Era un concepto amable y eterno para ellos. Por eso construyeron una civilización para la eternidad, porque en ella estaba la validez de ese concepto.


Cuando descendí del globo y entré a las tumbas, llenas de cámaras subterráneas y pasadizos, pude ver como en ellas se reconstruye el mundo que tenían durante la vida.


Las pasiones y las grandezas de cada uno de sus ocupantes quedaron pintadas en la piedra y en esos relieves que marcan la ruta de los milenios de un pueblo esplendoroso, que entendió su papel en la historia.


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Sobre este blog

Mis pasos han tenido la suerte de andar muchos caminos. Algunos con curvas que me hicieron caer; otros filosos en los que superé pruebas dolorosas y muchos gratificantes, que me llevaron a cumplir el sueño de explorar el mundo. Leer más.

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